¡Qué bochorno!

–¡Uf! Sofocón –murmuró Sofía mientras comenzaba a quitarse la chaqueta- y solo llevamos caminando cinco minutos.

–¡Te estas poniendo colorada! –exclamó Anna, la única de las cuatro que aún no se encontraba en esta etapa.

–Calla, que siento que todos me miran. ¿Los ves? Chaquetas, abrigos, bufandas y yo quitándome pieza a pieza la ropa para quedarme como si estuviera en el Caribe –dijo Sofía aligerando el paso para llegar pronto al restaurante; en cinco minutos estaría helada de frío y tendría que volver a ponerse la chaqueta para quitársela de nuevo al llegar.

–¡Que no te mira nadie! Pura paranoia –le aseguró Jana, mirándola de reojo.

–Menos mal que tenemos una amiga ginecóloga –dijo Bea mientras se recolocaba la bufanda. Bea era la única que se quejaba de todo menos de sofocos. Una privilegiada –pensó Jana– si tenemos en cuenta que el ochenta por ciento de las mujeres los tenemos durante la perimenopausia, y unas cuantas más allá de la postmenopausia. Como yo, que llevo cinco años sin regla y los sofocos siguen presentes.

–Sí, una amiga ginecóloga que también tiene sofocos –le sonrió Jana mientras desabrochaba su abrigo con disimulo. Iba pensando que esa comida seria como de costumbre muy ginecológica: comenzarían por la última dieta, repasarían sus trabajos, se quejarían de hijos, maridos o ex, comentarían los libros que estaban leyendo y terminarían de nuevo con su tema preferido: los síntomas de la perimenopausia. Anna aseguraba que sí seguían hablando del tema buscaría otro grupo de amigas para salir a cenar. Lo dice en broma, sabía  que en algún momento ella también pasaría por ahí.

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